La Elección
“ Mas nosotros debemos dar siempre gracias á Dios por vosotros hermanos amados del Señor,
De que Dios os haya escogido desde el principio para salud,
Por la santificación del Espíritu y fe de la verdad:
A lo cual os llamó por nuestro evangelio
Para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo. ”
2 Tesalonicenses 2: 13, 14.
Si no hubi era ningún ot ro texto en la sagrada Palabra excepto éste, p iens o q u e t o d o s d e b eríam o s esta r o b lig ados a reci bir y reconocer l a ver da d de e sta gran diosa y glorios a doctri na de la et erna elección que Di os ha hech o de S u familia. Pero parece que hay un prejuicio muy arraigad o en la mente humana en contra de esta doctrina. Y aunque la mayo ría de las otras doctrinas son recibi das por l o s cristianos profesantes, al gunas con cautela, otras con gozo, sin embarg o esta doctrina parece ser despreciada y descartada con frecuencia.
En muchos de nuestros púl pitos se con sideraría gran pecado y alta traición, predicar un sermón sobre l a e l ecc i ó n , por que n o podrían conver tir su sermón en lo que ellos ll aman u n d isc u rs o “ p ráctic o . ” C re o q u e ellos se han apartado de la verdad en este asunto. Cu alq u ie r c o s a que Dios ha revelado, la ha revelado con un propósit o. No hay absolutamente nada en la Escritura que no se pued a convertir, bajo la influencia del Espíritu de Di os , en un dis curs o prácti co: pues “Toda l a Escrit ura es inspirad a por Di os, y útil” para al gún propósito de prov ec ho es piritual.
Es verdad que no se puede convertir en un discurso sobre el libre albe drío (e so l o sa bem o s muy bie n ) per o sí se puede convertir en un discurso sobre la gracia inmerecida: y el tema de la g r acia inmereci da es de resultados prácti cos, cuando l as verda der as doctri nas del amor in mutable de Dios son presentadas para que obr en en los corazo nes de l o s san tos y de los pecadores.
Ahora, y o confío que ho y, algun os de ustedes que se asustan con el simpl e sonido de esta pal abra, dirá n: “voy a escucharla con objetividad; voy a hacer a un lado mi s prej uicios ; voy a oír si mplemente lo que este hombre tiene que decir.” No cier ren sus oídos ni digan de entrada: “es doctrina muy elevada.” ¿Qui én te ha autorizado a que la ll ames muy alt a o muy baja? ¿ P or qué te quieres oponer a la doctrina de Dios? R ec u erda lo que les ocurrió a los much achos qu e se burlaban del profeta de Dios, excl amando: “¡ Calvo, sube! ¡ Calvo, sube ! ” No d iga s nad a e n co n tr a d e la s doctrinas de Dios, para evitar que sal ga del bosque una fiera y te devor e a ti también. Hay otras calami dades además del manifiesto juici o del ci e lo: ten cuidado que no caigan sobre tu cabeza.
Haz a un lado t u s prej uicios: escuch a con calma, escucha desapasi onadamente: oye lo que di ce la Escritur a. Y cuan do recibas la verdad, si a Dios le place revelarla y manifestarla a t u al ma, que no t e dé vergüenz a confesarla. Conf esar que ayer estabas equivocado, es solamente recon o cer que hoy eres un poco más sabi o. Y en vez de que sea alg o n egati vo para ti, da honor a tu juicio, y de muestra que estás mejorando en el conocimi ento de la verdad. Que n o te dé ver güenza apren d er, y hacer a un lado tus viejas doctrinas y puntos de vista, y adoptar eso que puedes ver de manera más clara en l a Pal abr a de Di os. Pero si no ves que esté aquí en la Biblia, sin importar lo que yo diga, o a qué autori dades hag o referencia, te suplic o, por amor de t u al ma, que rech aces lo que digo . Y si desde este púl pito algun a vez oyes cosas contrarias a la Sagrada Palabra, recuer da que l a Biblia debe ser lo primero, y el ministro de Dios debe es tar sometido a Ella. Nosotros no debe mos estar por sobre l a Bi blia cuan do pre d i cam os, sino que de be mos pre dicar con l a Bi blia sobre n u estras cabezas. Después de todo l o que he mos predi cado, estamos muy conscientes que la montaña de la verdad es más alta de lo que nuestros ojos pueden discernir. Nubes y oscuri dad rodean su ci ma, y no podemos distinguir su pi co más el evado. Sin emba rgo, vamos a tratar de predicar lo mejor qu e podam o s.
Pero como somos mort ales y sujetos a equi vocarnos, ustedes mi smos de ben ju zgarlo todo. “ P roba d l o s e spíritus si son de Dios;” y si estan do d e rodillas reflexionando maduramente, ustedes son guiados a rechazar la elecci ón (cosa que yo con sider o totalmente imposible) enton ces deséchen la. No escuchen a quien es predi can la elecci ón, sino crean y confiesen aquello que ven que es l a Palabra de Dios. No puedo agregar nada más a manera de introducción.
Entonces, en pri mer lugar, voy a referirme a l a ve r a c i d a d de e sta doc trina: “de que Di os os haya escog ido desde el principi o par a sal vaci ón.” En segundo lugar, voy a tratar de de mostrar que esta elección es a b s o l u t a : “Él os haya escogi do desde el principi o para sal vaci ón,” no p a r a santificación, sino “ me d i a n t e l a santificaci ón por el Espíritu y l a fe en l a verdad.” En tercer lugar, est a elección es e t e r n a por q ue el te xto dic e : “ d e q u e Dios os haya esc ogido de s d e e l p r i n c i p i o .” En cuarto lugar, es person a l : “Él o s haya escogido . ” Y lueg o vamos a reflexi o nar sobre l o s ef ec t o s de esta doctrina: ver lo que produce; y finalmente, conforme la capacidad que n o s dé Dios, vamos a intentar consi d erar sus con s ec u e n ci a s , y ver si en efecto es una doctrina terrible que con d uce a una vida l icenci osa. Tomaremos la flor, y como verdaderas abej as, vamos a comprobar si hay algo de miel allí; si algo bueno está cont enido en ella, o si es un mal concentrado y sin mezcla.
I. En primer lug a r debo dem o str a r que l a doctrina es VERDADERA. Permítanme comenzar con un a r gu m e nt u m a d ho mi ne m (argumento al hombre); voy a hablarles de acuer do a sus diferentes posici ones y cargos. Algun o s de ustedes pertenecen a la Ig lesi a de Ing laterra, y me da gusto ver que hay muchos pres entes hoy aquí. Aun que ci ertame nte digo de v e z en cuan do cosas muy duras acerca de l a Iglesia y el Estado, sin embarg o yo amo a la viej a Iglesia, pues h ay en esa den o minación much os ministros piadosos y santos eminentes. Ah ora, yo sé que ustedes son g r andes creyentes en l o que l o s Artícul o s d ecl aran como doctrina correct a. Les voy a dar una muestra de lo que los Artículos afirman en lo relativo a la elecc i ó n , de tal f o rma que si creen en los Artículo s, no pueden rechazar esta doctrina de la elecci ón. Voy a leer un fragmento del Artícul o 17 que se refiere a la Predestinación y a la Elecci ón: “La predestinaci ón para vida es el propósit o eterno de Di os, por me di o del cual (antes que l o s ci mientos del mun d o fueran puest os) Él ha decretado de manera perman ente por Su cons ejo secreto para nosotros, liberar de la maldición y condenación a aquellas personas que Él ha elegido en Crist o de ent r e toda l a huma nida d, y traerlos por m edi o de Cri sto a la salvación eterna, como vasos hechos para honra. De donde quienes han sido dot ados con bendi ción tan ex celen te de Dios, son llamados de acuerdo al propósito de Dios por Su Espíritu que obra en el moment o debido; ellos obedecen el llamado por la gracia; son j u stificados g r atuitamente; son hechos hijos de Dios por adopción; son c o nforma dos a l a imagen del Unigénito Hijo Jesucris to; ello s camin an religi o sament e en buenas obras, y al final, por la misericordia de Dios, alcanzan la dicha eterna.”
Entonces, pienso que cualquier miembro de esa den o mi nación, si en efecto es un crey ente sin cero y h o nest o en su Madre Iglesia, debe ser un plen o creyente de la elección. Es ver dad que si ve otras partes del Ritual anglican o, encon trará cosas contrarias a l as doctri nas de l a gracia inmerecida, y totalmente ajen as a la enseñanz a de la E scritura. Per o si mira a los Artículos, no puede dejar de ver qu e Dios ha el egido a Su pueblo par a vida eterna. Sin embargo no est oy tan p e rd id amente enamo r ad o d e ese libro como pueden estarlo ustedes; y sólo he utilizado est e Artículo para demostr arles que si pert enecen a la iglesi a ofici a l de Inglat erra no deberían obj etar de ninguna manera esta doctri na de la predesti nación.
Otra autoridad humana po r l a c u a l p u e d o c o nfi rmar la doctrina de l a elecci ón, es el an tiguo credo de lo s Val d en ses. Si l een el cr edo de l o s antiguos Valden ses, que elaborar on en me di o del ardiente fueg o de la persecuci ó n , verán que est os renombrado s pr ofesantes y confesores de la fe cristiana, recibieron y abrazaron muy firmement e esta doctrina, como parte de la verda d de Di os. He co pia do de un viej o libro un de los Artículos de su fe: “Que Dios salva de la corrupción y d e la cond enació n a aquello s que Él ha elegi do desde la fundación del mu ndo, no a causa de ninguna disposición, fe, o sant ida d q u e Él hubi era pr evi sto de antemano en ellos, sino por su pura misericordia en Cristo Jes ú s S u H ijo , d ejand o a u n lad o a todos l o s demás, según l a irreprensible raz ó n de S u soberana vol u n t ad y justicia.”
Entonces no es una n ov eda d l o que yo predi co; no es una doc trina nueva. Me encanta proc lamar estas viejas doctrinas poderosas, que son llamadas con el sobrenombre de Calvinismo, pero que son segura y cier tamente la verdad rev e l ada de Dios en Cristo J esús. Por esta verdad y o hago un a peregrinación al pasado, y c o n f orme av anzo, ve o a un pa dre tras otro, a un confesor tras otro, a un mártir tras otro, ponerse de pie para dar me la m ano. Si yo fuera un pela giano, o un creye nte de l a doctrina del libre albedrío, tendría que ca mi nar por much os siglos co mple tamente sol o . Aquí y allá algún h ere je de carácter no muy honorabl e podría levantarse y llamarme hermano. Pero tomando est as cosas como la norma de mi fe, yo veo la tierra de los antepasados pobl ada por mi s hermanos; veo mult itudes que confi esan l o mismo que y o , y recon o cen que esta es l a religión de la propia igl esia de Dios.
Tam b ién les doy un e x tra cto de la antigua Confesión Bautista. Nosotros somos Bauti stas en esta con gregaci ón (por lo menos la mayoría de nosotros) y nos gusta ver lo que escribieron nuestros pr opi os an tecesores. Hace aproxi madamente unos do scientos añ os los Bautistas se re- unieron, y publicaron sus artículo s de fe, para poner un fin a ciertos reportes e n contra de s u ortodoxia que se h abían difundid o por el m u ndo. Voy a referirme ahora a este vi ej o li br o ( que yo a cabo de public ar) y pue do leer lo siguie nte:
Artícul o T ercero: “Por el decreto de Dios, para manifest ación de Su gloria, al gunos h o mbres y alguno s án gele s son predestinados o preordenados para vi da eterna por me dio de Je sucrist o , para al abanz a de S u gracia gl oriosa; otros son dej ados para actuar en sus pecados para su justa condenaci ó n, para alabanz a de Su justicia glorio sa. Estos hombres y estos ángeles que son así predestinad os y pre o rden ados s o n particularmente e inmut ablemen te desig nados, y su n ú mero es tan exacto y definido, q u e n o pue d e s e r ni aum entado n i dismin uido. Aq uella s persona s que están predestinadas para vi da, Dios , desde an tes de la fundaci ón del mun do, de acuer do a S u eterno e inmutable pr opósito, y al secreto con sejo y buen agr ado de Su voluntad, lo s ha elegi do en Cristo par a gloria eterna por Su gr acia in merecida y amo r, si n que ha ya ninguna cosa en la criatura como un a con d ición o cau sa que haya movi do a Dios para esa elecci ón. ”
En lo que conci erne a estas autoridades human as, la verdad, n o les doy mucha importancia. No me i mporta lo que di gan, ya sea a f a vor o en con t r a d e esta doctrina. Solamente me he referido a ellas como un tipo de confirmación de la fe de ustedes, para most rarles que a pesar de que me tachen de hereje y de hi percalvini sta, tengo el respaldo de l a antigüedad. Todo el pas ado está de mi la do. El presente no me importa. Déjenme el pasado y tendré esperanza en el futuro. Si el pre sente me ataca, no me importa. Aunque un sinn úmer o de iglesias aquí en Lon d res haya n olvidado las grandes y fun d amentales doc trinas de Dios, no importa. Si tan sól o un peq u eñ o grupo de n o s o t r os n o s que d am os sol o s manten iend o firmemente la soberanía de nuest ro Dios, si nuest ros enemigos n o s atacan, ¡ay! y aun nuestros propios he rman os, que debieran ser nuestros amigos y col abor adores, no importa. Basta con que podamos contar con el pasado; el noble ejército de mártir es, el glorioso escuadrón de los con fesores, son n u estros amigos; l o s testig os de la verda d vienen a defendernos. Si ellos están de nuestro lado , no p o d r emo s decir qu e estamos sol o s, si no que podemos excl amar: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuy as rodill as no se doblar on ante Baal.” Pero lo mejor de todo es que D i o s es tá co n n o s o t ro s .
La únic a gran verdad es siempre la Biblia, y únicamente la Biblia. Queridos lectores, ustedes no creen en ningún otro libr o que n o sea la Biblia ¿ no es ci erto? Si yo pudi er a demostrar esto basán dome en todos los li bros de l a cristiandad; si yo pudiera recurrir a la Bi bl ioteca de Alejandría, para comprobar su verdad, n o l o creería n má s d e l o q u e uste d es creen porque est á en la Palabra de Dios.
He selec ciona do un os c u antos textos para leerl o s. Me gusta ci tar abundantemente los textos cuan do te mo que ustedes pueden desconfiar de un a verda d, a fin de que est én lo suficientemente conven cidos par a que n o haya lug a r a dudas, si es qu e en verdad no creen. Per mítanme entonces mencionar un catálo g o de te xtos en los q u e el puebl o de Dios es llamado elegido. Natural mente , si el puebl o es llamado eleg i d o, deb e haber una elecc i ón . Si J esucristo y S u s apóstole s estaban acostumbrados a describir a los crey entes por me dio del título de elegidos, ciertamente debemos creer que lo eran , pues de lo contrario el t érmino no sig nifica nada.
Jesucristo dice: “Y si el S eñor no hubi ese acortado aquellos días, nadi e sería sal vo; mas por causa de los e s cog i do s que él e s cog i ó , acortó aquellos días.” “Porque se leva ntarán falsos Cri stos y falsos prof etas, y h arán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a l o s e s cog i d o s .” “Y enton ces envi ará sus ángeles, y juntará a sus e s cog i do s de los cuatr o vientos, desde el extremo de l a tier ra hasta el extremo del cielo.” (M arcos 13:20, 22, 27 ) “ ¿Y aca so Dios no hará justicia a sus e s co g i d o s , que cl aman a él día y noche? ¿Se tardará en r espon de rles? (Luca s 18:7 ) Podríamos seleccionar muchos otros text os, que con t ienen la pal abra “elegido,” o “escogid o,” o “p r edestinado,” o “design ado, ” o la frase “mis ovejas,” o al guna descripci ón similar, mostrando que el pueblo de Cristo es diferente del resto de la h u mani da d.
Pero ust edes tienen sus concordancias, y no l o s voy a i mportunar con más textos. A través de la s epí s tol as, los santos son constantemente llamados “l os elegidos.” En su carta a los Colosenses, Pablo dice: “Vestíos, p u es, como escogid o s de D ios, sant os y amados, de entr añabl e misericordi a .” Cuando le escribe a T ito, se lla ma a sí mismo: “Pabl o , siervo de Dios y apóstol de Jesucristo , c o nf o rm e a l a f e d e l o s e s co g i do s . ” Pe dro dice: “Eleg i d o s seg ún la pr escien ci a de Di os Padre.” Y si vamos a J u an, encontraremos que le gusta much o esa palabra. Dice: “El anciano a l a señora ele g i d a ; ” y habla de : “tu hermana, l a eleg i d a . ” Y sabemos dón d e está escrito: “La igl esia que está en Babiloni a, eleg i d a j u ntament e c o n v o s o tros.” Ellos no se avergon zaban de esa pal abra en aquellos días; no tenían miedo de hablar de ella.
En nuestros dí as esa pal abra h a si do revestida con una diversidad de significados, y las personas han mutila do y de sfigurado l a doctrina, de tal forma que la han convertido en una verdadera doctrina de demonios, lo confieso. Y muchos que se llaman a sí mismos creyentes, se han pasado a l as filas del antinomianismo. Pero a pesar de esto, ¿por qué he de avergonz arme de eso, si l o s h o mbres la pervierten? Nosotros amamos l a verda d de Di os aun en medi o del torme n to, de la mism a man era qu e cuan do es ensal zada. Si hubi era un márti r que no sotros amáramos antes de que fuera llevado al supli c io, l o amaríamos t o davía más mientras est á siendo atormentado.
Cuando la verdad de Dios está sien do atormentada, no por eso la vamos a catalogar como un a falsedad. No no s gusta verla en el suplicio, pero la amamos aun cuan do es martirizada, pues podemos discernir cuál es de berían haber sido s u s j u stas prop orci on es si n o hubi era sido at ormentada y torturada por la crueldad e invenciones de los h o mbres. Si ustedes leen muchas de l as epístol as de l o s padres de la antig ü edad, encontrarán que siempre escr iben al puebl o de Di os como “el egido.” Cierta- mente, el término conver saci onal comú n usado por los primitivos cristianos entre sí, en much as de las iglesias, era el de “elegido.” A men u do usaban el término para llamarse en tre sí , mostrando que era un a creencia general que todo el pueblo de Dios era manifiestament e “elegi do.”
Ahora v amos a unos te xtos q u e pr ueban positivamente esta doct rina. Abran sus Biblias en el evangelio de J u an 15:16 , y allí verán que Jesucristo ha elegido a Su puebl o, pues Él dice: “No me elegist eis vosot r os a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os h e puesto para que vay áis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidi ereis al Padre en mi n o mbre, él os lo dé.” Y luego en versí culo 19: “Si fuerai s del mun do, el m u ndo a maría lo s u yo; pe r o porque no sois del mun do, antes yo os el egí del mundo, por eso el mu n do os aborrece.” Luego en el capít ulo 17, versícul o s 8 y 9: “Porque las palabr as que me diste, les he da do; y ellos las recibier on, y han con o ci do verdaderament e que salí de ti, y han creído que t ú me envi ast e. Yo ruego por el los; n o r u eg o por el mun do, sin o p o r l o s q u e m e d iste ; po rq u e t u y o s s o n.” Lee mos en Hech os 13:48 “ Y los Gentiles oyendo esto, fueron gozosos, y glorificaban la palabra del Señor: y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. ”
Pueden intentar retorcer este versícul o , pero dice: “ordenados para vida eterna” tan claramente, que no cabe ninguna duda en su i nterpretación; y nos tienen sin cui d ado los difer entes comentarios que se hacen sobr e él. Creo que casi no es n ecesario que les r ecuerde el capí tulo 8 de Romano s, p u es co nfío qu e usted es co nocen muy bien ese capítul o y l o en tienden. En el versículo 29 y siguientes, dice: “Porque a los que antes conoció, también l o s predesti nó para qu e fu esen hecho s co nformes a la imagen de su Hij o , para que él sea el primog énito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos tambié n llamó; y a los que l lamó, a ést os también justificó; y a los que justific ó, a éstos ta mbién gl orificó. ¿Qué, pues, dir emos a esto? Si Dios es por no sotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sin o que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo n o n o s dará t ambi én con él t o das l as cosas? ¿ Qui én acusará a los escogidos de Dios?” Tampoco ser ía n ecesario leer todo el capít ulo 9 de R o manos. En tanto que ese capítul o permanezca en la Biblia, n ingún hombre será capaz de probar el ar minianismo; mientras eso esté escrito allí, ni las más violentas cont orsiones de esos textos podrán exter minar de la Escritura, la doctrina de la el ecci ón.
Leamos algun o s versículos como ést os: “( pues n o habían aún nac ido, ni había n hecho aún ni bien ni mal, par a que el propósi t o de Di os c o n forme a l a elección permaneciese, no por las obras sino por el que ll ama) , se le dijo: El mayor servirá al men o r.” Lue go pa se mos al v ersícul o 22: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia l o s vas os de ira prep arados para dest rucci ón, y para hacer notorias las riqu ezas de su gloria, las mo stró para con lo s vaso s de miser icordi a que él prepar ó de an tema no para gloria. L u eg o pa sem os a Roman o s 11: 7: “¿Qué pues? L o que buscaba Isr ael, no l o ha al canzado; pero los escogidos sí lo han alcan zado, y los demás fueron endurecidos,” y en el v ersícul o 5 del mi smo ca pítulo , leemo s : “A sí tamb ién au n en este tiempo ha quedado un remanen t e esc ogido por gracia.” Sin duda todos ustedes recuer dan el pasaje de 1 Corintios 1: 26-29: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocaci ón , que no sois muchos sabios seg ún la carne, ni much os poder o s o s, ni m u ch os n obl es; si no que l o necio del mun d o escogió Di os, para av ergonzar a los sa bios; y lo dé bil del mund o esc ogi ó Di os, para avergonzar a lo fuerte; y lo v il del mundo y l o menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer l o que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” También re cuer den el pasaj e en 1 Tesaloni censes 5:9 “ Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salud por nuestro Señor Jesucristo ” Y luego tienen el texto que estamos analizando, el cual, pienso, serí a sufici ente. Pero, si necesitan más textos, pueden encontrarlos bu scán do l o s c o n calma , s i n o hem o s logrado eliminar sus sospechas de que est a doctrina no es verdadera.
Me parece, amig os mí os, que est a sobrecogedora cantidad de versí culos debería hacer temblar a quienes se atreven a burlarse de esta doctrina. ¿Qué diremos de aquéllos que a menudo la han despreciado, y han negado su divini dad, que han atacad o su j u sticia, y se han atrevido a desafiar a Dios y lo llaman un tirano Todopoderoso, cuan do han escuchado que Él h a elegi do a un n ú mer o especí fico para vi da eterna? ¿Puedes tú, que rech azas esa doctrina, quitar la de la Biblia? ¿Puedes tú tomar el cuchillo de Jehudí y extirparla de la Palabra de Dios? ¿Q uier es ser como la mujer a los pies de Salo món que aceptó que el ni ño fuera divi dido en dos mitades, para que puedas tener tu mitad? ¿Acaso no está aquí en l a Escritura? ¿Y no es tu deber inclinarte ante ella, y mansamente reconocer que n o l a entien des: reci birla como la verdad aunque n o puedas entender su signif icado?
No voy a intentar demostrar la justicia de Di os al haber el egido a algunos y haber pasado por alto a otros. No me corresponde a mí, vin d icar a mi Señor. Él hablará por Sí mismo y en efecto lo hace: “Mas an tes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alte rques con Dios? ¿ D irá el vaso de barro al que l o formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro par a desh onra?” ¿Quién es aquél que dirá a su pa dre : “qué has enge ndrado? ” O a su madre: “¿ qué has traído al mundo?” “Yo Jehová, y ninguno más que yo, que for mo la lu z y creo las tinieblas, que hago la paz y creo l a adversi dad. Yo Jeho vá soy el que h ago t o do esto.” ¿ Qui én eres tú para que alterques con Di os? Tiembla y besa S u vara; inclínate y sométete a Su cetro; no impugnes Su justicia, ni den u ncies Sus actos ante tu propio tribunal, ¡oh, hombre!
Pero hay quienes dicen: “Dios es cruel cuando eli ge a un o y pasa por alto a otro.” Entonces, yo les pregunta ría: ¿Hay al guien el día de h o y que desea ser santo, que desea ser regenera do, q u e des ea a b an dona r el pecado y caminar en santid ad ? “Sí, hay, ” dice alg u i en, “Yo quier o .” Entonces Dios te ha el egido a t i. Sin embarg o otro di ce: “No; y o no quiero ser santo; n o quier o dej a r mis pasi ones ni mis vi ci os.” ¿ Por qué te quejas, entonces, de que Dios n o te haya elegido a ti? Pues si hubieras si do el egido, n o te gustar ía, según lo estás confesando. Si Dios te h ubi era el egido h o y a l a santida d , t ú d ice s q u e n o te importa. ¿Acaso n o estás recon o ciendo que prefieres la borrachera a la so briedad, la de sh onesti d a d a la honestid ad?
Amas lo s pl acer es de este mund o más que l a rel igión; ¿entonces, por qué te quejas que Dios n o te hay a eleg ido para la religión? Si amas la religión, Él t e h a e l eg i d o para la religión. Si la deseas, Él te ha elegido para ella. Si n o la deseas, ¿qué derecho tienes de decir que Di os debió habert e dado aquell o que no deseas? Su ponie ndo que t u viera en mi man o alg o que tú n o valoras, y que yo dijera que se l o voy a dar a tal o c u al pers ona, tú no tendrías ningún derecho de qu ejarte d e qu e no te lo estoy d ando a ti. No podrías ser tan necio de quejarte porque algui en más ha obtenido aquello que a ti no te importa para nada.
De a cuerdo a la propia confesión de ustedes, hay much os que n o quieren la religión, no quieren un nuevo co razón y un espíritu recto, no quieren el perdón de sus pecados, no qu ieren l a santificaci ón; no qui eren ser elegidos a estas cosas: entonces, ¿por qué se quejan? Ustedes consi d er an todo esto como cosas si n val or, y entonc es ¿p or qué se quejan de Di os, que h a dado esas cosas a quien es Él ha elegido? Si consi d eras que esas cosas son buenas y tienes deseos de ellas, enton ces están disponibles para ti. Dios da abundantemente a todos aquellos qu e desean; y antes que nada, Él pone el deseo en ell o s, de otra forma nunca l o desear ían. Si amas estas cosas, Él te ha elegido para ell as, y puedes obtenerlas; pero si no es así, quién eres tú para criticar a Di os, cuan do es tu propia vol u ntad desesperada la que te impide amar est as cosas. ¿Cuán do es tu propi o yo el que te hace odi arlas?
Supongan que un hombr e que va por la calle d ice: “Qu é lástima qu e no haya un asiento disponible par a mí en la capilla, para poder oír lo que este ho mbre tiene que decir.” Y supon ga n que di ce: “Odi o a ese predi cador; no puedo soportar su doctrina; per o aún así, es un a l ástima que n o haya un asiento disponi b le para mí .” ¿Esperarían ustedes que alguien diga es o? No: de inmedi ato dirían: “a e se h o m b r e n o l e importa. ¿Por qué habría de preocuparle que otros alcan cen lo qu e valo ran y que él desprecia?” No amas la santidad, no amas la ju sticia; si Dios me ha elegido para estas cosas, ¿te ha ofen dido por eso? “¡Ah! Pero,” dice alg u i en, “yo pensé que eso significa que Dios ha elegido a unos para ir al cielo y a otros par a ir al infierno.” Eso es alg o totalmen te diferente de la doctrina evan gélica. Él ha el egido a unos h o mbres a la san tidad y a la justicia y por medio de ellas, al cielo. No deb es decir que los ha elegido simplemente para ir al cielo y a los otros para ir al infierno. Él te ha elegi do para la santidad, si amas l a santidad. Si cual quiera de ustedes qui ere ser salvado por Jesucristo, Jesucristo le ha elegido para ser salvado. Si cualqui era de ustede s desea tener la salvaci ón, ese ha si do eleg id o para la salvación, si la desea sinceramente y ardientemente. Pero si tú no la deseas, ¿por qué h abrías de ser t an ridículamente tonto de qu eja rte porq u e Di os da es o q u e n o quieres a otras personas?
II. De esta forma he trata do de decir algo en relaci ón a la verdad de la doctrina de la el ecci ón. Y ahora, rápidamente, déjen me decirles que l a elecci ón es ABSO LU T A : esto es, no depend e de lo que n o sotros somos. El texto dic e : “de q u e Di os os haya esc ogido des d e e l principio para salva ción;” pero nuest ros opon entes afi r man que Di os elige a unos h o mbres porque son buen os, que l o s elige a ca usa diversas obras que han hecho. Ahora, en respuesta a esto, nosot r os preg untamos, ¿qué obras son esas por las que Di os elige a Su pueblo? ¿Acaso es lo que ll amamos común- mente “obras de l a ley,” obras de obedi encia que la criatura puede ll evar a cabo? Si es así, nosotr os les resp ondemos: “si los h o mbres n o pueden ser justificados por las obras de l a ley , n o p arec e m u y clar o q u e p u e d an ser elegi d os por l as obras de la le y; si no pueden ser justificados por sus buenas obras, tampoco pueden ser salva dos por esas obras.” Por t anto el decret o de la el ección n o pudo habe r si do forma do sobre la bas e de buenas obras.
“Per o,” dicen otros, “Di o s lo eligi ó porque conocía de antemano su f e .” Ahora, Dios es el que da l a fe, por tanto no pudo ha berlos el egido a c aus a de su fe, que Él con o cía de antemano . Su po ngamo s que hub i era veinte mendigos en la calle, y yo determinara darle di nero a uno de ell o s. ¿Podría alguien decir que yo decidí darle a ese dine ro, que yo elegí dársel o, porque conocía de antemano que él acept aría ese dinero? Eso sería un a tontería. De igual manera, decir que Dios eligió a unos hombres porqu e con o cía de antemano que ellos h abría n de tener la fe, que es la sal vaci ón en germen, sería tan absurdo que no vale la pena ni escucharlo. La fe es el don de Dios. Toda virtud viene de Él. Por tanto, la fe no pudo haber lo llevado a elegi r a los hombres, porque es Su don. La elección, estamos convenci dos de ello , es ab so lu ta , y completamente independiente de las virtudes que adornan a lo s sant o s posteriormente. Aunque un hombre fuera tan santo y dev o to com o Pabl o; aunque f u e r a tan valiente com o Pe dro, o ta n amant e c o m o Juan, aun así no podría exigirle nada a su Hacedor. Todavía n o he con o cido a ni ngún sa nto de n inguna den o minación, que hay a pensado que Dios lo salvó por que vi o de antemano que tendría estas virtudes y méritos.
Ahora, mis quer idos her manos, las mej o r es joy as que un santo puede lucir jamás, si son j o yas elaboradas por su pr opio diseñ o, no so n de purísima calid ad . Hay siemp r e u n po co d e barro mezclado en ellas. La gracia más elevada que pudiéramos posee r, t iene alg o de mun d an o mezclado en ell a . Sentimos esto en la medi da que n o s refinamos más, cuan do tenemos mayor santificación, y nues tro len guaje de be ser si empre :
“Yo soy el primero de los pecadores;
Jesús murió por mí.”
Nuestra única es peranza, nuestro únic o a r gument o, pen d e de la gr acia mani festada en la persona de Jesucristo. Y tengo la certeza que debemos r echazar y desechar completamente cual quier pensamien t o que nuestras virtudes, que son dones de nuestro Señor, sembradas por s u diestra, pudieran ser la causa de Su amor. Y debemos cantar en todo momento:
“¿Qué había en nosotros que mereciera la estima
O que produjera deleite en el Creador?
Fue únicamente, Padre, y siempre debemos cantar,
Porque pareció bueno a Tus ojos.”
“T en dré misericordia del que tend ré mi sericor di a:” Él salva por que quiere salvar. Y si me pregunt ara n por qué me ha sal vado a mí, sól o puedo decir, por que Él q u is o hac e rlo. ¿Acaso habí a algo en mí que me pudiera recomen d ar ante Di os? No, ha go a un lado todo , no había nada recomen d able en mí. Cuando Dios me sal vó, yo er a el más bajo, perdid o y arruinado de la raza. Estaba ante Él como un bebé desn udo bañ ado en mi propia sangre. Verdaderament e , yo era impoten te para ayudarme a mí mismo. ¡Oh, cuán miserable me sentía y me reconocía! Si ustedes tenían algo que los hici era aceptables a Dios , yo nunca lo tuve . Yo estaré contento de ser salvado por g r a c i a , por pura g r acia, sin ninguna otra mezcla. Yo no pue do pre sumir de ningún mérito. Si tú puede s hac e rlo, muy bien, yo no puedo. Yo debo cantar:
“Gracia inmerecida únicamente de principio a fin,
Ha ganado mi afecto y mantenido mi alma muy firme.”
III. En t ercer lugar, esta elecci ón es E TE RNA. “De que Di os os ha ya esc ogido des d e el princ ipio par a salvación. ¿Puede decirme al guien cuán do fue el principio? Hace años creí amos que el pr incipi o de este mun do f u e cuan do Adán fue creado; per o hemos descubi e rto que miles de añ os antes de es o, Dios e sta ba preparando l a materi a caótica para hacerla una adecuada morada para el hombre, poniendo razas de criaturas sobr e la tierra, que murieron y dej aron tras sí las mar cas de S u obr a y Su maravillosa habilidad, antes de crear al hombre. Per o eso no fue el principi o, pues la revelaci ón apun ta a un período cuan do este mundo fue formado, a l o s dí as cuan do las estrellas matutin as fueron engen d radas; cuan do, como gotas de rocí o de l o s dedos de la mañana, las estrellas y las cons telacion es cayeron gotean do de la mano de Dios; c u an do, de Sus propios labios, salió la Palabra que puso en mar cha a la s pesadas ór bitas; cuando con Su propia man o en vió a los cometas, que como rayos, vagaron por el cielo, hast a encontra r un día su pr opi a esfera. Regresaremos a edades remotas, cuan do lo s mun dos fueron hechos y los si stemas
formados, pero ni siquiera nos hemo s acercado al principi o todavía. Hasta que n o hayamos ido al tiempo cuan do todo el universo dormía en la mente de Dios y no habí a naci do todavía, hasta que entremos en la eternidad donde Di os el Crea dor vivía sol o , y t o das l as cosas dormían dentro de Él, t o da l a cr eaci ón descan saba en S u omni potente pensamie nto gigantesco, no h abremos todaví a adivin ado el princi pio. Podemos ca mina r hacia atrás, y at rás, y at rás, a l o largo de toda s la s e d a d es . Podem o s vol ver, si se nos permite usar esas extrañas palabras, a lo largo de eternidades enteras, y sin embargo nunca lleg a r al principi o. Nuestras alas se podrían cansar, nuestra imaginación se podría e x tinguir; y aunq ue pudiera superar al rayo que brilla maj estuosamente, con poder y velocidad, pronto se cansar ía much o antes de poder alcanzar el principi o.
Pero Dios eligió a Su pue b lo de sde el principi o; cuando el i ntocado eterno habí a sido sacudido por el aleteo del pr imer ángel, cuan do el espaci o no tenía orillas, o más aún, cuando no exis tía, cuan do reinaba el silencio universal, y ni una sola voz ni ningún susurro t u rbaba la sol emni d ad del silencio, cuando no habí a ningún ser, ni movimiento, ni tiempo, ni nad a sino sól o Di os, sol o en Su eternidad; cuando no se escuchaba el himn o de ningún ángel, y no se tenía la asi stencia de los querubin es, much o antes que naci eran los seres vi vi entes, o qu e las ru ed as de la carro za de Jehová fueran formadas, aún ant es, “en el principio era el Verbo,” y en el principi o el puebl o de Di os era un o c on el Verbo, y “en el principio Él los escogió para vida eterna.” Enton ces n u estra elección es eterna. No me voy a detener para demostrar esto, so lamente p aso po r esto s p ensamientos de manera rápida para benefici o de los jóvenes prin cipiantes, para que puedan entender l o que queremos deci r por elección eterna y absol u ta.
IV. A continuaci ón, la el ecci ón es PE RS ONAL. Aquí también, nu estros oponent es han intentado derribar la elección di ci éndonos que es un a elecci ón de naci ones y no de personas . Pero aquí el apóstol no s dice: “Di o s o s ha esc ogido des d e el pri ncipi o.” Decir que Dios n o ha elegido a personas sino a nacion es es la ter g iversaci ón más miserabl e que se haya hecho sobre la tierra, pues la mismísima obj eci ón que se presenta en contra de l a elección de per sonas, se puede presentar en con tra de la elección de una naci ón. Si no fuera j u st o elegir a un a pers on a, sería todavía más inju sto elegi r a una nación, puest o que las n acion es no son sino la unión de multitudes de personas, y elegir a una n ación parecería todaví a un crimen mayo r y gigan t esco (si la el ecci ón fuera un crimen) que elegir a un a persona. Ciertamente eleg ir a di ez mil sería consid erado al go peor que elegi r a un o; distingui r a toda un a n aci ón del re sto de la hum ani da d, parece una mayor extravagancia en los actos de l a divin a soberaní a, que elegir a un pobr e mortal y pasar por alto a otro.
Pero ¿qué son las naciones sino h o mbres? ¿Qué son los puebl os en teros sin o combinaciones de diferen t es unid ades? U na naci ón está constituida por ese individuo, y por ese otro, y por aquél otro. Y si me di ces que Dios elig ió a l o s j udí os, y o respon do enton ces, que Él eligió a este ju dío, y a ese ju dío y a aquel judí o. Y si t ú dices que Él el ige a Ing laterra, entonces y o digo que Él elige a este h o mbre i nglés, y a ese ho mbre in glés y a aquel ho mbre ing lés. Así que después de todo se t r ata de l a misma cosa. Entonces, la elección es personal: así debe ser. Cualquiera que l ea este texto, y otros textos simil ares, ver á que la Escritura continuamente habl a del pueblo de Di os, consid erando a cada in divi duo, y habla de todos ellos como siendo l o s sujetos especi ales de la elección :
“Hijos somos de Dios por la elección,
Los que creemos en Jesucristo;
Por un designio eterno
Gracia soberana recibimos aquí.”
Sabemos que es una elección personal.
V. El otro pensamiento es (pues mi tiempo vuela muy rápidamen t e y me impi de deten erme sobre estos pu ntos) que la elecci ón produce BUENOS RE SUL TADOS. “De que Di os os h aya esc ogid o des d e el princi pio para salvación, mediante l a santificaci ón por el Es píritu y la fe en la verda d.” ¡Cuántos hom b res confun den c o mpletamente la doctrina de la elecci ón! ¡Y cómo hierve mi alma cuan do recuer do los terribles mal es qu e se han acumulado por la perversi ón y el rechaz o de esa gloriosa porción de l a v erda d gl oriosa de Dios! ¡ Cuántos n o hay por ahí que se han dich o a sí mismos: “y o soy un elegido,” y se han sentado perezo samente, y peor aún han dich o: “yo soy el elegido de Di os,” y con ambas man o s han hecho la maldad! Rápidamente han co rrido a todo tipo de inmundicia, porq u e han dic ho: “yo s o y el hijo esc ogi do de Di os, y por tanto inde pendientemente de mis obras, puedo vivir como se me dé la g ana, y h acer l o que y o quiera.” ¡ Oh, amados! Per mítanme solemn emente advertir a cada uno de ustedes que n o lleven esa muy lej o s; o más bien, que no conviertan esa verdad en un error, pues no la podemos estirar mucho. Podemos pas a r por sobre l o s límite s de la v e rdad; podemos conve rtir eso que tenía la intención de ser dulc e para nuestro consuelo , en una terrible mezcolanza para nuestra destrucción.
Les digo que ha habi do miles de pers ona s q u e ha n ido a l a ruina por entender de man era equi vocada la elecci ón; que han dich o: “Dios me ha elegido para el cielo y para vi da eter na;” per o a ellos se les ha ol vidado que está escrito que Di os los h a elegido: “medi ante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.” E s ta es la elecci ón de Di os: una elecci ón para san tificación y para fe. Dios elige a Su pueblo para que sea santo, y para que sea un puebl o de creyentes. ¿Cuántos de mis l ectores son creyentes? ¿Cuántos miembros de mi co ngregaci ón pueden pon er su man o en el cor azón y decir: “Yo confío en Dios que h e si do santificado?” ¿Hay algu ien entre u s ted es que pu ed a d e ci r: “yo soy un elegido” mi entras y o pueda recordarle cómo bl asfemó la seman a pasada?
Uno de ustedes dice: “y o confío ser uno de los elegidos” pero yo le recuer do acerca de un acto de depr avaci ón cometido dentro de los últimos seis días. Alguien más dice: “yo soy un e legido” pero yo pue do mi rarle a la cara y decirle: “¡elegido!” ¡tú n o eres mas que un mal d ito hi pócrita! Otros di rán: “yo soy elegi d o” pero yo puedo recordarles que ell o s se ol vidan del propiciat o rio y n o oran. ¡ O h, amados her manos! Nun ca piensen que son elegidos a men o s que sean santos. Pueden venir a Cristo como pecadores, pero no pueden venir a Cristo como personas elegidas mienta s n o p u e d a n ve r s u santi d ad . No m a li nterpreten lo que est oy dicien do; no digan “yo s o y un el egi do,” pen sando que pueden vivir en pecado. Es o es imposible. Los elegidos de Dios son santos. No son puros, no son perfectos, no son si n mancha; pero tomando su vi da en su conjunt o , son personas santas. Son marcados y son di stintos de los demás: y n inguna persona tiene el derech o de consi d er arse elegido excepto en su san tidad. Puede ser elegid o, y estar todavía en las t inieblas, per o n o tiene derecho de creerse elegid o; nadi e puede verlo, no hay ninguna evi d enci a. Puede ser que el hombre viva algún día, pero por lo pronto está muerto. Si ustedes caminan en el temor de Dios, tratando de agradarlo y obedeciendo Sus mandamientos, no tengan la meno r duda qu e el n o m b re de ustede s está escr ito en el libro de la vida del Cordero, desde antes de la fundación del m u n do.
Y para que est o no resul t e muy elevado para ti, consider a la otra señal de la elección, que es la fe, “creer la verdad.” Quienquiera que crea la verdad de Dios, y crea en Jesucristo , es un eleg ido. Con frecuen cia me encuentro con pobres almas, que t iembl an y se preocupan en relaci ón a este pen samient o: “¡Cómo, y si y o n o soy un el egi do! ” “Oh , señor,” dicen ellos, “y o sé que he puesto mi confia nz a en Jesús; sé que creo en S u nombre y confío en Su san gre; pero ¿y si a pesar de e so n o s o y un elegido? ” ¡Pobre criatura querida! No sa bes mucho acerca del E vangeli o, pue s d e lo contrario jamás hab larías así, pu es t o do a q u e l que cree es eleg i d o . Qui enes son elegidos, son elegid os para santificación y fe; y si tú tienes fe, tú eres un o de l o s el egidos de Dios; puedes saberlo y debes saberlo, pues es una certeza absolu ta. Si tú, como un peca do r, miras a Jesu cristo el día de hoy, y dices:
“Nada en mis manos traigo,
Simplemente a Tu cruz me aferro,”
Tú eres un elegi do. No t engo mi edo qu e la elecció n asu s te a lo s p o b r es santos o a los pecadores. Hay muchos te ól ogos que le dicen a la person a que preg unta: “la elecci ón no tien e nada que ver contigo.” Eso es muy malo, porque la pobre al ma no debe ser callada de esa manera. Si pudieras silen c iar esa alma, podría est ar bien, pero va a seg uir pensan do al respecto, y no lo podrá evitar. Díganl e más bi en: si tú crees en el Señor Jesucristo, tú eres un el egido. Si te aban don as a Él, tú er es un el egido. Yo te dig o hoy, (yo, el primero de los peca dore s ) yo te digo en Su nom b re , si vienes a Dios sin ninguna obra de tus manos, en trégate a la sangre y a la justici a de J esucristo; si qui eres venir ahora y confiar en Él, tú eres un elegido: has si do amado por Di os desde antes de l a fundación del mundo, pues no podrías haber he cho es o a meno s que Di os no te hubi era dado el poder de hacerlo y no te hubi er a el egido para que lo hicieras.
Ahora pues eres salvo y estás seguro si sólo vienes y te entregas a Jesucrist o , y deseas ser sal vo y ser amado por Él. Pero no pienses de ninguna manera que algún ho mbre puede ser salvo si n fe y sin santidad. No piensen, queridos oy entes, que al gún decr eto, promulgado en las oscuras edades de l a eternidad, va a salvar sus almas, a men o s que crean en C r isto . No se qu ed en ahí tranqu ilo s imaginando que ustedes van a ser salvos, sin fe y si n santidad. Esa es la her e jía más abominable y maldita, que ha ll evado a la ruina a miles de personas. No utilicen l a elecci ón como u na almo hada sob r e la qu e pued en recostarse y dormir, pues eso l o s llevará a la ruina. Dios n o lo quie ra que y o les prepare al mohadas muy confortables para que ustedes puedan descan sar cómodamente en sus pecados. ¡Pecador! No hay nada en la Bi bl ia que pueda atenuar tus pecados. Pero si estás condenado ¡o h, hombre! Si est ás perdi d a ¡ o h, mujer! Tú no vas a encontrar en esta Bibl ia ni un a gota que refresqu e t u lengua, ni una doctrina que dis minuya tu culpa; tu con d enación será enteramente por tu culpa, y tu pecado será mereci damente recompensado, porque t ú crees que n o estás con d enado. “Per o vosotros n o creéis, porque no soi s de mis ovejas.” “Y no queréi s venir a mí par a que tengáis vida.”
No se imaginen que la elecci ón excusa el pecado (no sueñen con eso) ni se arrullen en la dul ce compla cenci a del pensamiento de su irresponsabili dad. Ustedes son r esponsables. Debemos proclamar ambas cosas. Debemos aceptar la soberanía di vina , y debemos recon o cer la responsabilidad humana. Debemos aceptar la elección, pero debemos hablar a sus corazones, debemos procl amar la verda d de Dios ante uste de s; debemos h ablarles a ustedes, y recordar les esto, que si bien es cierto que está escr ito: “En Mí está tu ayuda;” también está escrito: “Te perdi s te, oh Israel.”
VI. Ahor a, finalmente, cuáles son las verdaderas y legítimas ten d encias de un correcto concepto de la do ctri na de la elección . Primer o, les diré cómo mover á a l o s santos la doctrina de la ele cción baj o la ben d ició n de Di os; y en se gundo l u gar, qu é hará por los pecadores si Di os bendice esa doct rina a favor de el los.
Primero, yo pien so que para un santo es un a de las doctrinas más de s po j a dor a s de todo el mun do, para qui t ar toda la confianza en l a carne, y toda seg uridad en cualquier otra cosa exce pto en J esucristo. Cuán a menudo n o s envolvemos en n u estra j u sticia propia, y nos ador namos con falsas perlas y las piedras preci osas de n u estras propias obras y logros. Comenzamos a deci r: “Ahora vo y a ser salvo, porque poseo esta evidenci a y la otra.” En vez de es o, so lamente la fe desnuda salva. E sa fe, y únicamente ella nos une al Cor d ero sin tomar en cuenta l as obras, aun que l a fe produce obras. Cuán a men udo nos recargamos en algun a obra, que no es la de nuestro Amado, o confiamos en algún poder que no es el poder que viene de lo alto. Entonces si quer emos despojarnos de este falso poder , debemos consi d erar la elecci ón.
Haz un a pausa, alma mí a, y consid era esto. Dios te ha amado antes de que tuvieras un ser. Dios te amó cuando estabas muerto en tus delitos y pecados, y envió a Su Hij o para que murier a por ti. Él te compr ó con S u preci osa sangre antes de que pudieras balbucear Su nombre. ¿Acaso, entonces, puedes estar orgulloso? Repito, no con o z co nada, nada, que sea más hum i l l a n t e para nosotros que esta doctrina de la elecci ón. A veces me he postrado ante ella, mientras trato de comprenderla . He abierto mis alas, y como el águila , me he remontado h acia el sol. Mi oj o h a sido firme, y mi ala vi gorosa, durant e un tiem po; pero, conform e me ace rcaba a ella, un pensami ento se adueñaba de mí: “Dios os h a escogi do desd e el principi o para sal vaci ón,” y me he perdido en su resp landor, he sentido vértigo ante ese poderoso pen samient o y de esa altura que mar ea se h a desplomado mi alma, postrada y quebrantada, balbucien do: “S eñ or, yo no soy nada, soy menos que nada. ¿Por qué yo? ¿Por qué yo? Queridos amigos, si quieren ser hu millados, estudien la elección, pues los hará humil d e s baj o la influenc ia del Es píritu de Dios. Aquel q u e está orgull oso de su elecci ón no es un elegido; y aquel que es humill ado por ella, puede creer que es el egido. T i ene todas las raz o nes par a creer que l o es, pues es uno de los efectos más be n d itos de la el ecci ón, que n o s ayud a a humill arnos an te Dios.
De n u evo. La elección en el cristiano debe hacerlo muy i n t r ép i d o y muy os a d o . Nadie será tan intrépido como aq uel que cree que es un elegido de Dios. ¿Qué le importan a él los homb res, si es elegido por su Hacedor ? ¿Qué le importan los gorjeos despreciabl es de algu nos g o rrioncitos cuando sabe que él es un águi la de cat egor ía real? ¿Acaso le importará que el mendig o lo señal e, cuan do corre por sus venas la sangre real del cielo? S i toda la t ierra se l evanta en armas, él habi ta en perfect a paz, pues él está en el lugar secreto del t abernáculo del Todopoderoso. “Yo soy de Dios,” afirma, “yo soy di ferente a los demás h o mbres. Ellos son de un a raz a inferior. ¿Acaso n o soy noble? ¿ A caso n o soy un o de l o s aristócratas d e l cielo? ¿Acaso n o está escr it o mi n o m b re e n el li br o de Di os?” ¿Le preocupa el m u ndo? De ninguna mane ra: com o el león que n o s e pre o cu pa por el la drido del per r o, él so nríe frente a sus enemig os; y cuando est os se le acercan demasiado, se mueve y los hace pedaz o s. ¿Qué le importan sus enemig os? “Se mueve entre sus advers arios como un gig ante; mientras los hombrecill os caminan mirándol o hacia arriba sin entenderlo.” Su rostr o es de hierro , su corazón es de pedern al: ¿qué le importan los hombres? Más aun, si una rechifla universal se levantara desde todo el mun do, él se son r eiría de eso, pues diría:
“El que ha hecho de Dios su refugio,
Encontrará su más segura morada.”
“Soy un o de S u s elegidos. Soy esco gi do de Dios y estimado; y aun que el mund o me aborrezca, no tengo miedo.” ¡Ah! Ustedes que confiesan la fe per o que están con el mun do, algu n o s de ustedes son t an flexib les como los sauces. Hay pocos cristianos co mo rob les ho y d ía, qu e pu eden resistir la tormenta; y les diré por qu é. Es porq u e uste des mismos no creen que son elegidos. El hombre que sab e que es elegido, será demasiado orgulloso para pecar; no se humill ará para cometer los actos que h ace l a gente común. El creyente de esta verdad dirá: “¿ Que yo comprometa mis principi os? ¿Que yo cambie mi doctrina? ¿Que hag a a un lado mis pun tos de vi sta? ¿Qué escon d a l o que cr eo que es cierto? ¡No! Puesto que y o sé que soy un o de l o s el egidos de Di os, aun ante los ataque de los hombres voy a decir l a ver dad de Di os, sin importarme lo que digan los hombres.” Nada puede hacer a un h o mbre más osado que se ntir que es un elegido de Di os. Qui en sabe que ha sido elegido de Di os , no temblará ni tendrá miedo.
Más aún , la elección n o s hace s a n t o s . Nada puede hacer a un cri s tiano más santo, bajo la influencia llena de gracia del Espíritu Santo, que el pensami ento que él es el egido. “¿ Pe caré y o , di ce, sabi endo que Dios me ha elegido a mí? ¿Acaso voy a transgredir después de tanto amor? ¿Acas o me apartaré después de tanta miseric or di a y tierna bon da d? No, mi Dios ; puesto que Tú me has elegido, yo te amaré; yo viviré para T i :
“Ya que Tú, mi Dios eterno,
Te has convertido en mi Padre.”
Yo me voy a ent r egar a Ti para ser tuyo para si empre, por la el ecci ón y por la redención, entregándome a T i, y consagrán d ome solemnemente a tu servicio.” Y ahora, por último, para los in converso. ¿Qué les dice la elecci ón a uste des? Primero, uste de s, impí os, los voy a excusar por un momento. Hay muchos de ustedes a quiene s no les gusta la elecci ón, y yo no puedo cul p arlos por ell o , pues he escuchado a much os predi ca dore s pr edica r sobre la elecci ón, que ha n terminado diciendo: “No tengo ni una sol a palabra que decir al pecador.” Ahor a, yo dig o qu e us tedes de ben sent ir desagrado por una predicació n así, y yo n o lo s culpo por es o. Pero, y o digo, tengan ánimo, tengan es peranza, oh uste des peca dore s , porque hay una elecci ón. Lejos de desani marse y per d er l a esperanza, es una cosa muy alentadora y llena de g o z o que haya una elecci ón. ¿Qué pasaría si yo les dijera que n adi e puede ser sal vo, qu e nadie es tá orden ado par a vid a eterna? ¿Acaso no temblarían, torc ien d o sus manos con desesper ación , dicien do: “entonces, cómo seremos salvos, si no somos el eg idos?” Pero, y o les digo, que h ay una multitud de elegi d os, incontables. To do un ej érci to que n ingún mortal puede contar. Por l o tanto ¡ten áni mo, t ú pobre pecador! Desech a tu abatimiento. ¿Acaso no puedes tú ser elegido como cualqui e r otro? Pues hay innu mer ables muchedumbres de elegid o s . ¡Ha y go zo y co ns u e l o p a r a t i! Por ta nto no s ó lo te pi do que tenga s ánimo, sino que vayas y prue be s al Señ o r. Rec u erda que si no fueras elegido, no perderí as nada al hacerlo. ¿Qué dijeron los cuatro leprosos? “Vamos pues ah ora, y pasémon os al ejército de los sirios; si ellos nos di- eren la vida, viviremos; y si nos di eren la muerte, moriremos.”
¡Oh, pecador! Ven al trono de la misericordia que e lige. Puedes morir en este instante. Ve a Di os; y aun suponie ndo que Él te rechazara, suponiendo que con Su man o en alto te ordenara que te vayas (algo imposible) aun así no perderías nada con ir; no estarás más co n d enad o por es o. Además, suponiendo que estás condenado, tendrías por lo menos la satisfacción de alz a r tus oj os desde el in fier no y decir: “Dios, yo te pedí mi sericor di a y Tú no quisi ste dármela; la busq ué per o Tú rehus as t e otorgarla.” ¡Eso n u n ca lo dir ás, oh pecador! Si tú vin ieras a Él y le pidieras, tú vas a recibir l o que pi des; ¡ por qu e nun ca ha rechazado a nadie! Per o aunque hay un númer o definido de elegi d os, sin embarg o es ci erto que todos los que buscan, pertenecen a ese número. De b es i r y b uscar ; y s i s u ce d e q u e t ú resultes ser el primero en ir a l infierno, diles a los demonios que pe reci ste de esa manera; diles a l o s diablos que t ú eres un o rechaza do, desp ués de haber ve nido como un pecador cul p able a Jesús. T e dig o que eso desh onraría al Eterno (con todo respeto a Su nombre) y Él no permit iría que tal cosa sucediera. Él es muy celoso de Su honor y no podría permitir qu e un pecador dijera algo como eso.
Pero, ¡ah , pobre alma! No basta co n que pienses así, que n o vas a perder nada si vi en es; hay t o davía un pen samiento más: ¿amas la elecci ón el dí a de hoy? ¿E stás dispuesto a admi tir su j u sticia? Di ces: “sient o que estoy pe rdido; lo merezc o; si mi he rmano es sal vo y o n o puedo murmurar al respecto. Si Dios me de struye, lo merezco; p er o s i É l sa lv a a l a pe rsona que está sentada junto a mí, Él t iene todo el derecho de h acer l o que le plazca con lo suyo, y yo no he pe rdido na da por e s o.” ¿ P uede s dec ir es o con t o da honestidad desde l o profundo de tu c o razón? Si es así, entonces la doctrina de l a elecci ón ha tenido su efecto correcto en tu espíritu, y tú no estás lejos del reino de Dios. Es tás si endo traído don de debes estar, don de el Espíritu qui ere que estés; y sien do esto así el dí a de hoy, puedes irte en paz; Dios ha perdonado tus pecados.
No senti rías así si no hu bieras si do per d onado; no senti rías así si el Espíritu de Di os no estuviera haci en do S u obra en ti. Entonces, regocíjate en esto. Deja que tu esperanza descanse en l a cruz de Cristo. No pien ses en l a elecci ón , sino en Jesucristo. Descansa en Jesús: Jesús al inicio, en todo momento, y por toda la eternidad.