E L L LAMAMIENTO E FICAZ
“ Y como vino á aquel lugar Jesús, mirando, le vio, y díjole: Zaqueo,
Date priesa, desciende, porque hoy es necesario
Que pose en tu casa. ”
Lucas 19:5.
No obstante nuestro firme conv enci miento qu e u stedes, en gen e ral, están bien instruidos en las doctrinas del Evangel io eterno, en nuestr as conversaciones con j ó ven es convertidos no s damos cuenta de cuán absolutamen t e necesario es r epasar n u estras primeras lecci ones, y afirmar y demostr a r repeti damente esas doctrinas que se en cuentran en la base de nuestra santa religión. Por lo tanto, n u est ros amig os a qui enes se l es h a enseñado la grandiosa doctrina del lla mamiento eficaz desde hace much o tiempo, compren d erán que dado que y o predico de maner a muy sencilla el dí a de hoy, el sermón está dirigido a quienes son j ó ven es en el temor del Seño r, para que entie ndan me jor este grandios o punto de partida de Dios en el coraz ó n, el llamami ento eficaz de l o s homb re s po r medi o del Espíritu Santo.
Voy a usar el cas o d e Zaq u e o com o u na gra n ilustración de la doctrina del ll amamiento eficaz. U stedes r ecor d ará n l a hist o ria . Zaq u e o sentí a c u riosidad de v e r al Homb re maravill oso Jesucristo, el cual est aba poni endo el mundo al r evés, y causando una in mensa excitaci ón en las mentes de l o s h o mbres. Algun as veces nos pare ce que l a curiosi d ad no es buena, y afirmamos que es pecado venir a la casa de Dios motivados por la curiosidad; no estoy muy seguro que de bamos avent u rar un a afirmación de esa nat u raleza. El motivo no es pecamin oso, aunq ue ci ertamente tampoco es virtuoso; si n embar go, a menudo se ha co mprob a do qu e la curio s ida d es uno de l o s mejores aliados de la gra c ia. Zaq ue o, movi do por e ste motiv o , deseaba ver a Cristo; per o dos obstácul o s se interponían en el camin o: el primero, había un a gran much edumbre de personas y le resultaba imposi ble acer carse al Salvador ; y el segundo, era tan chaparro de estatura que no ten ía la menor esperanza de poder verle por sobre l as cabez as de l as otras p ersonas. ¿Qué hiz o en tonces? Él hizo lo mi smo que al gunos much achos estaban h aciendo; pues l o s much achos de esa época eran si n duda igual que los muchachos de nuestro tiempo, que se trepa ban a las ramas de árbol es para mi rar a Jesús cuan do pasara. Aun que Zaqueo ya era un hombr e ma yor, se sube a un árbol y allí se acomoda en medio de l o s muchachos. L o s niños sienten demasi ado t e mor de este viej o publicano severo, temido ta mbién por los propi o s pa dres de ellos, como para empujarlo al suelo o causarle cualquier tipo de inconveniencia.
Mírenlo allí. Con qué ansiedad es pía hacia abajo para ver quién es Cristo; pues el S alvador no poseí a ninguna di stinción pomposa; f r ente a Él no caminaba ningún bedel llevando una maz a de plata ; no llev aba en Sus manos ning ún báculo de oro: no iba vestido con una sotana de pon tífice; de hecho, iba vestido ig ual que todos l o s que le rodeaban. Poseí a una túni ca ig ual a la de cualquier campesi no común, hecha de una sol a pieza de arriba abaj o; y Zaqueo te nía dificultad en distingui r lo. Sin embargo, an tes de que Zaqueo h u biera visto a Crist o , Cristo h abía fijado S u oj o en Zaq ue o, y deteni éndose baj o el á r bol, Él mira hacia arriba, y le dice: “Zaqueo, date prisa, desciend e, porque hoy es necesario que pose y o en tu casa.” Zaqueo desciende rá p idamente ; C rist o v a a s u casa; Zaq ue o se c o nvi e rte en s egui dor de Cris to, y entra en el R eino de l o s Cielos.
1. Ahora, en primer lug a r, el llamamient o eficaz es un a verdad pl ena de gr a c ia . U stedes pueden deducir esto del hech o que Zaqueo er a el último per sonaj e que podría ser sal vo, seg ún nosotr os. Él pertenecía a una ciudad mala (Jericó) un a ciudad que había recibi do una maldi ción, y nadie sospecharía que alg u ien podría sal i r de Jericó para ser sal vo. Fue cerca de Jericó que aquel hombre cay ó en manos de ladrones; con f iamos que Zaqueo no h aya parti cipado en ese asalto; pero hay quienes, además de ser publí can os, pueden ser tambié n la drone s . Al igual que l a ci udad de Jeric ó de a quellos día s , debe mos e s perar con version es de San Giles, o de los barrios bajos de Londre s, de las peores y más viles guaridas de l a infamia. ¡Ah! Her manos míos, no importa de dónde hayan salido ustede s; pueden veni r de un a de l as calles más sucias, un o de l o s peores barrios marginad os d e Lo nd res p ero si la gracia eficaz los llama, es un llamamiento eficaz que no hace ninguna distinción de lu gares.
Zaq ue o tenía tam b ién un a oc upa ción e x trema dam ente mal a , y probablemente estafaba al pueblo para en riquecerse. En verdad, cuan do Cristo fue a su casa, se desat ó un mur mul l o universal porque había ido para ser huésped de un hombr e que er a un pecador. Pero, hermanos, la gracia n o h ace disti nción al guna, la gr acia no respeta a l as personas, sin o que Dios llama a quien quiere, y Él llamó a este hombre, el peor de lo s publíc an os, en l a pe or de las c iudad es, involuc r ado e n la pe or de las ocupaci ones. Además, Zaqueo era un o de los can didatos menos proba bles par a ser salvados, porque era rico . Es verdad, tanto los ricos com o los pobr es son bienvenid os; nadi e tiene l a men o r excusa para desesperar debido a su con d ici ó n; sin embargo, es un hech o que “no sois much os sabi o s según la carne, ni muchos pode rosos,” l o s que son llamados, sino “que lo necio del mundo escogió Dios, ri cos en l a fe.” Pero la gracia no hace nin guna di stinción aquí.
Al r i c o Zaqueo se le ordena que baje del árbol; y él baj a , y es sal vado. Siempre me ha pareci do una de las grandes muestras de la condescen denci a de Di os que Él mi re hacia a b a j o , a los h o mbres; pero les dir é qu e hubo una may o r cond escen dencia que esa, cuan do Cristo miró hacia a r r i b a p ara ver a Zaqueo. Que Di os se dign e mirar hacia abajo a sus criaturas: eso es misericordia; pero que Cristo se humille de tal manera que tenga que mirar hacia ar riba a una de S u s criat u ras, eso revela una mayor misericordia.
¡Ah! Muchos de uste des se han s ubi do al árbol de sus propias buen as obras, y se quedan en la s ramas de su s santas acciones, y confían en el libre albedrío de las pobres criatur as, o descansan en alguna máxim a mun d an a; sin embarg o, Jesucri sto el eva Sus ojos para mirar aun a l o s orgull osos pecadores, y les di ce que bajen . “Desci ende,” dice Él, “porque hoy es necesario que pose y o en tu casa.” Si Zaqueo h ubi era sido un hombre de mente humilde, sentado junt o al cami no, o a l o s pies de Cristo, entonces debimos h aber admirado l a miseri cordi a de Cristo; pero veámosl o en un lugar elevado, y Cristo l o mira hacia arriba, y le ordena que baje.
2. Continuan do, decimos que f u e un llamamient o pe r s on a l . En el árbol también est aban un os much achos ju nto c o n Zaq ue o, pero no había la menor duda acerca de la persona que f u e llamada. Fue “Z a q ueo , date prisa, descien de.” La Escritura menciona otros llamamientos. Se dice especi almente “Por que muchos son llama dos, y pocos escogi d os.” Observen que ese no es el llamami ento eficaz al que se refiere el apóstol, cuan d o dice: “Y a los que llamó, a éstos tambi én justificó.” Ese es un llamamiento gener a l que much os hombres, más bi en, todos los hombres r echazan a men o s que venga acompañ ado del llamamient o personal, par t icular, que nos hace cristianos. Ustedes mism os pueden dar testi moni o que f u e el llamamiento personal el que los traj o al Salv ador. Quizá f u e algún sermón el que los cond uj o a sentir que us t e d e s eran, sin duda, una de las pers onas pa ra quien iba diri gido. El texto tal vez fue “ Tú ere s Dios que me ve;” y el ministro puso un énf asis especi al en la palabra “me,” de tal forma que tú pensaste que el ojo de Di os estab a puesto sobre ti ; y antes de que termi nara el sermón, pen sast e que vi ste a Di os abriendo los libros para condenarte a t i , y t u c o razó n s u s u rr ó “¿Se oc ultará algun o , dice Jeh o vá, en escondri jos que yo n o l o vea?” Quizás est abas subido en una vent ana, o de pie jun t o a la much edumbre en el pasi llo; pero tuviste la sólida convicci ón de que el sermón fue predicado para ti , y par a nadie más. Di os no llama a S u puebl o en multit udes, si no de uno en uno. “Jesús le dijo: ¡Mar ía! Volvié ndose ella, le dijo: ¡Ra boni! (Que qui ere decir, Maestro) . Jesús ve a Pedro y a Juan pe scando en el lago y les di ce: “Venid en pos de mí .” Conte mpla a Mate o s entado a l ban co de l o s tribut os públicos y Él le d ice: “Levántate y sígueme, ” y Mateo así lo hizo.
Cuando el Espíritu Santo viene a algún ho mbre, la flecha de Di os penetra en su corazón: no solamen t e pasa rozando su casco, o deja una pequeñ a seña en su armadura, sino que penetra por entre las ju nturas de su ar nés y llega hasta lo más pr ofun do del al ma. ¿Han sentido, amigos quer idos, ese llamami ento pers onal? ¿ Recuerdan cuan do una voz les dijo: “Levántate, te lla ma. ”? Pueden recordar cuan do h ace algún ti empo uste des dijeron: “Señor m í o , Dios m ío ”? Cuando ustedes sabí an que el Espíritu estaba obran do en us t e de s , y ustedes dijeron: “Señor, vengo a Ti, pues sé que Tú m e llamas.” Yo podría l lamar a uste des por toda un a eternida d sin ningún resulta do, pero si Dios llama a alguien, habrá más eficacia por medio de S u llamamiento personal a una persona que mi llamamiento general a una multitud.
3. En tercer lug a r, es un llamamiento a p r e m i a n t e . “Za que o, d a t e pr i s a . ” El pecador, cuan do es llamado medi an te un ministerio ordina rio, replica: “Mañana.” Escucha un sermón poderoso y dice: “Voy a volverme a Dios en tal día.” Las lágri mas ruedan por sus meji llas, per o él las l impia.
Algun a bon da d apare ce, pero co mo la n u be mat u tina, es disipada por el sol de l a tentación. Dice: “yo prometo sol emnemente conv ertirme en un hombre reformado desde este m o ment o. Desp ués de goza r una ve z más de mi a mado pe cado, vo y a renunciar a mis deseos y voy a decidir me por Dios.” ¡Ah! Ese es solamente el llamamiento de un ministro, y no sirve para nada.
Dicen que el camino al infierno está pavimentado con buenas in tenciones. Estas buenas intenciones son en gendradas por llamami entos generales. El camin o a la perdición está lleno de ramas de ár boles sobre las que estaban sen tados lo s h o mbres, pues a men u do ellos arrancan las ramas de los árbol es, pero ell o s no caen juntamente con las r amas. L a paja c o l o ca da a nte la puerta de un enfermo amortigua el ruido de las ruedas de l o s carruajes. Así tambié n ha y alg u n o s qu e llena n s u camino de promesas de arrepent imiento, y así avanzan más fácilmente y sin ruido a la perdición.
Pero el l lamamie nto de Dios no es un ll amamie nto para mañan a . “Si oyereis hoy s u v o z , n o en du rezcái s v u estr o c o raz o nes , com o e n l a p r o v o caci ón.” La gracia de Di os siempre llega con pront itud; y si ustedes son atraídos por Dios, entonces van a correr tras Él, y no estarán hablan do de esper a r. El mañana n o está escrito en el almanaque del tiempo. Mañana, está escrito en el calendario de Sat anás, y en ninguna otra parte. El mañana es una roca pi ntada de blan co por l o s hues os de l o s m arineros que han naufragado en ella; es el faro de los destructores que brill a en la costa, atrayendo a los pobr es barcos a su destrucción. El mañana es la copa que el necio fin ge encon trar al pie del arco iris, pero que nadi e ha podi do en contrar jamás. El mañan a es la isla flotante de Loch Lomon d que nadie ha visto jamás. El mañana es un sueñ o. El mañana es un engaño. Mañana, ay, mañana puede ser que abras tus ojos en el infierno, en medio de los tormentos.
Aq uel re loj dice: “hoy;” tu puls o sus u rra “hoy;” e scucho hablar a mi coraz ó n en me dio de sus latidos, dicien do: “hoy;” todas las cosas cl aman “hoy;” y el Espíritu Santo se une a todas estas cosas y di ce: “Si oyereis h o y s u v o z , n o en du rezcái s v u estr o s c o razones, como en l a provocación.” Pecadores, ¿sienten ahor a la necesi dad de buscar al Salvador? ¿Están musitan do ahor a una or ación? ¿ Están di ciendo: ‘¡Ahora o nunca! ’, debo ser salvo ahora? Si es así , entonces espero que sea un ll amamient o eficaz, pues Cristo, cuan do hace un llamami ento eficaz, dice: “Zaqueo, date prisa.”
4. Se trata de un llamamiento que humi l l a . “Zaq u e o , d at e p risa , de s c i e n de .” Muchas veces, los ministros han h echo llamamient o s al arrepen timiento a los hombres con un ll amad o q u e l o s h a hech o orgull os os, q u e los ha enaltecido en su propi a est ima, que l o s ha cond uci do a decir : “puedo volverme a Di os cuan do y o quie ra; y puedo hacerlo sin la influencia del Espíritu Santo.” Han si do lla ma dos a su b i r , y no a b a j a r . Dios siempre humilla a un pecador. ¿Acaso no puedo yo record ar cuando Dios me dij o que baja ra? Uno de los pr imeros pasos que tuve que dar fue ba jar inmediatame nte de m is propia s obr as; y ¡oh! ¡Qué tremenda caída fue esa! L u ego descansé sobr e mi pr opia suficiencia, y Cristo dijo: “¡Desciende! Te h e derribado de t u s buen as obras , y ahor a te derribo de t u propia suficien cia.” Tuve otra caída, y estaba seguro de haber tocado fondo, pero Cristo dijo todavía “¡ descien de!” y me hizo bajar aún más, pero llegué a un punt o donde sentí que yo er a toda ví a salvable. “¡Desciende, amigo! ¡Descien de t o davía más! ” Y descendí hasta que tuve que soltar todas las ramas del árbol de mi s esperanz as, lleno de dese spera ción: y entonce s dije, “yo no puedo hacer nada; estoy perdi do.” Las ag uas envol vieron mi cabeza y fu i privado de la luz del día y pensé que era un extraño en medi o de la nación de Israel. “¡Descien d e aún más, amigo! Tú eres dem asia do orgull os o para s e r salv o .” Entonc es f u i abati do más, hasta ver mi corrupción, mi maldad, mi suciedad. “Desciende,” dice Dios, cuan do qui ere salvar.
Ahora, orgulloso s pe ca dores, ser orgullosos n o l es sirve de nada, ni tampoco quedar se aferrados a l o s ár bol es; Cristo les pi de que descien dan. Oh , tú, que moras con el águila en la escarpada roca, tienes qu e descen der de tu elevación; tú, por medi o de la gr acia, caerás, o de otra manera caerás un día bajo la ven ganza. Él “quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes.”
5. A con t inuaci ón, es un llamami ento a f e c t u o s o . “Porque hoy es n ecesario que pose yo en t u c a s a . ¡Pueden imaginar se con facilidad cómo cambiar on los rostros de la multitud! Ell o s consi d eraban a Cristo el más santo y el mejor de los hombres, y est aban listos para hacerlo rey. Pero Él dice: “Hoy es necesario que pose yo en tu casa. ” Había un pobre judí o que h abí a estado dentro de la casa de Z aq u e o ; él había “ten ido una bronca,” como se dice en el lenguaje po pular cuan do son llevados ante la jus ticia, y este hombre recordaba qué ti po de casa era esa de Zaqueo; él recordaba cómo f u e llevado allí, y sus con ceptos de ese casa eran parecidos a los que una mosca ten d ría acerca de un nido de arañ as después de haber escapado. Había otro hombre que h abía sido desposeído de casi todas sus pr opi edades; y la i d ea que él tenía acerca de ir a la casa de Zaqueo era como entrar en una cueva de leon es. “¡Cómo! ” decían ellos, “¿este santo varón va a entrar en esa cueva, don de nosotros pobres infelices he mos si do robados y maltratados? Ya era l o suficientemente mal o que Cristo se dirigiera a Zaq ue o en el ár bol, pero ¡qué tre menda l a ide a de ir a su casa!” Todos ell o s “mur muraban, dicien do que había entrado a posar con un hombre pecador.” Bueno, yo sé lo que pen saban al gunos de sus di scípulos: pen saron q u e era al go muy i mprude n te; podí a perjudicar su reputa ción, y ofender al pue bl o. Pens aron qu e h ubi era podi do ir en la noche para ver a este hombre, como Nicodemo , y darle un a audien cia cuan do n adie l o vi era; per o recono cer públ icament e a un hombre así, era el acto más imprudente que Él pudi era hacer.
P e r o ¿po r qu é h i zo C r is t o lo q u e hizo? Porque quería ha cer a Zaque un llamamiento a f e c t u o s o . No voy a ir para quedar me en l a en tr ad a d e t u casa, o mirar al interior a través de l a ventana, si no que voy a ent r ar en tu casa; esa misma casa don de el llanto de las vi udas ha llegado a tus oídos, si n que t ú lo oy eras; voy a ir a tu sala, don de el lamento de l o s h u é rf an o s n o h a l o gra d o mo v e rt e a c o m p asión; voy a ir allí donde tú, como un león hambriento, has devorado a tu presa; voy a ir allí donde tú has enn egrecido tu casa y la has vuelto infame; voy a ir al lugar desde don de lo s gritos se han elevado al ciel o, arrancados de las bocas de todos aquellos a quienes has oprimido; voy a entrar a tu casa para ben d eci rte.”
¡Oh! ¡Cuánto afecto habí a en ello! Pobre pe cador, m i Señor e s un Se ño r muy afectuoso. Él quiere venir a tu casa. ¿Qué tipo de casa tienes? Una casa qu e tú has hecho miserab le con t u s borrach eras; una casa que has en vileci do con t u i mpureza, una casa que has deshonrado con t u s ma ld iciones y blasfemias, una casa don de m anejas n egoci os s u ci os de los que estarías feliz de liberarte. Cristo di ce: “Qui ero ir a tu casa.” Yo conozco ci ertas casas ahor a que un a vez fueron g u aridas del pecado, dond e Cris to viene cada maña na; el marido y la mujer que ant es discutían y peleab an, dobl an sus rodil las unidos en oraci ón. Cristo llega a la hora de la cena, cuan do el trabajador regresa a casa para cen ar. Algun o s de mis l ectores tendrán escasamente una hor a para comer, pero se las arreglan para or ar y leer las E scrituras. Crist o viene a ellos. Allí donde las paredes estaban t api zadas de cuadros lascivos y frívolos, ahor a está colocado un almanaque cristiano; en un cajón de la cómoda ha y un a Bi blia; y a u nq ue l a ca sa tiene solamente una habitación, si un án gel entrara y Di os preg untara: “¿Qué has visto en esa casa?” el ángel respondería: “he vi sto buenos muebles, porque tien en una Bibli a allí; libros religiosos en abundancia ; los cuadr o s con inmundicias has sido descolgados y quemados; ya no hay naipes en el armario de ese hombre; Cristo ha entrado a esa casa.”
¡Oh, qué ben d ici ó n que podamos tene r nuestro Dios en el hogar, como los r o manos tení an sus f alsos dioses! Nuestro Di os es el Dios del h o gar. Él viene para ha bitar con Su puebl o ; Él ama las tiendas de J acob. Ahora, pobre pecador ha rapiento, tú que vi ves en l as g u ari d as más inmund as de Londres, si me estás leyendo h o y, Jesús t e dice a ti: “Zaqueo, date prisa, des ciend e, porqu e hoy e s n eces a r io qu e po s e y o e n t u c a s a . ”
6. Además, no sólo fue un llamamien to afectuoso, sino que fue también un llamamiento per m a n e n t e . “Ho y es necesario qu e po s e y o en tu casa.” U n llamamiento común es más o menos así: “Hoy voy a en trar a tu casa por una puerta, y salir por l a otra . E l llamamiento general que da el Evangelio a todos los hombres es un llamamiento que obra sobre ellos durante un tiem po, y después desaparece; pero el llamamiento sal vador es un ll amamient o permanente. Cuan do Cristo habla, n o dice: “Dat e prisa, Zaqueo, y desciende, pues sól o ve ngo a mirar;” sino “es necesar io que pose yo en tu casa; veng o a sentarme para comer y beber contigo; veng o a compartir los alimentos contigo; es necesario que pose y o en t u casa.”
“¡Ah!” di ce alg u i en, “es difícil deci r cuán tas veces me he quedado muy impresi onado, señor, a menudo h e te nido una seri e de sole mnes convicciones, y pen sé que realmente era salvo, pero todo se desvan eció; al igual que en un s u eñ o, cuando un o se des p ierta, todo l o q u e se soñ ó de sap a rece, así sucedió conmig o.” ¡Ah! Pero t ú no te desesperes, pobre alma. ¿Sientes los esf uerzos de la Gracia Todopoder osa en tu coraz ó n, mandán dote que te arrepien tas hoy? Si tú lo haces, será un llamamient o perman ente. Si Jesús est á obran do en tu alma, É l vendrá y se quedar á en tu corazón, y te consagrará para Él eternamente. Él dice: “Vendré y moraré contigo para siempre.” Vendré y diré:
“Aquí estableceré mi reposo permanente,
Ya no andaré de arriba para abajo;
No seré más ni un invitado ni un extraño,
Sino el Señor de esta casa.”
“¡Oh!” di ces t ú , “eso es l o que y o necesit o ; yo n ecesito un l lamamie nto per m a n en t e , algo que perdure; yo no quie ro una religión que se destiñe, sino una religión de col o r es perdurab les.” Pues bien, Cristo hace ese tipo de llamamiento. Sus min istros n o pu eden hacerl o ; pero cuan do Cristo habla, É l habla c o n poder , y dice: “Zaq ue o, date pri sa, de sci ende, porque hoy es n ecesario que po se yo en tu casa.”
7. Sin embarg o, hay algo que n o debo ol vidar, y es que fue un llamamiento nece s a r i o . Vamos a leerl o de n u evo: “Zaq ueo, date prisa, de sciende, porque h o y es necesario que pose y o en tu casa.” No era algo que podría hacer, o no; sino que era un llamami ento necesario. L a salvaci ón de un pecador es para Di os un asunto tan necesario, como el cumpl imien t o de S u pacto que la ll uvia no volverá a crear un diluvi o en el mun do. L a salvación de cada hijo comprado con la sangre es algo necesari o por tres razones; es n ecesario porque es el pr opósit o de Di os; es n ecesario porque es la compra que ha real izado Cristo; es necesario porque es la pr omesa de Di os. Es n ecesario que los h ijos de Dios deban ser salvos. Alguno s teólog os opin an q u e n o es tá bien que se ponga un énfasis en la pal abr a “deban,” especi almente en ese pasaje qu e dice: “Y le era n ecesario pasar por Samaria.” “Bien,” dicen ellos, “le era necesario pasar por Samaria, porque no tenía otra alternativa, y por tanto se vio forza do a ir por es e camin o.” Sí, señores, respondemos nosotros, sin duda; pero podí a h aber ido por otro camino. La Providencia establ eció que le era necesario pasar por Samaria, y que Samaria quedara en l a ruta que Él había el egi do. “Y le era necesari o pasar por Samaria.”
La Pr ovi d enci a g u ió a l o s hombres para que edificaran Samaria di rectamente en el camino, y la graci a movió al Salvador para que f u era en esa dirección. No fue: “Des cien de, Zaqueo, porque yo podrí a posar en t u casa,” si no “Es n ecesario . ” El Salvador sintió una fuerte necesi dad. Una necesi dad tan in eludibl e como la mue rte de cada hombre, una n ecesidad ta n rígid a c o m o l a necesi d a d q u e e l sol n o s alumbre de día y la l u na de noche, y una ne cesi dad tan grande co mo la de que todos los hijo s de Dios comprados con sangre deberán ser salvos. “Hoy es necesar io que pose yo en tu casa.”
Y ¡oh! cuan do el Señor ll ega a est e punto, que debe y que quiere, ¡ qué cosa tan grande es esta para el pecador! En otras ocasiones preg untábamos: “¿Lo dejaré siquiera entrar? Hay un extraño a la puerta; está tocando ahora; ya ha tocado antes; ¿lo dejaré entrar?” Pe ro ah ora es, “h oy e s n ece s a r i o que pose y o en t u casa.” No hubo n inguna llamada a l a puerta, sino que la puerta se desi ntegró en peq u e ños átomos y Él entró: “Debo h acerlo, quiero hacerlo y l o ha ré; no me i mportan tus prot estas, tu vileza, ni tu increduli d ad; debo ha cerlo y quiero hacerlo, es necesario qu e pose yo en tu casa.”
“¡A h !”, dice algu ien, “yo no creo qu e D ios me lleve a creer co mo crees tú, o hacerme cr istiano alguna vez.” ¡A h!, pero si sólo dice: “hoy es necesario que pose y o en t u casa,” n o po drás presentar ninguna resist encia. Algun o s de ustedes despr eciarían la sola i d ea de convertirse en religiosos hipócritas; “¡Cómo, señ or! ¿Acaso usted supo n e que yo pu ed a co nvertirme en un de sus correligionarios?” No, amigo mío, no lo s u pong o ; lo sé con t o da certeza. Si Di os dic e “d ebo hac e rlo,” n o podrá haber ni nguna oposi ción. Cuan do Él dig a “deb o,” así se hará.
Les voy a contar una an écdota para demostrarles esto. “U n padre es taba a punto de enviar a su hij o a la uni versidad; pero como cono cía la influenci a a la que estarí a expuesto , tenía una profunda y ansiosa preoc upaci ón por el biene s tar espiri t ual y eterno de su hij o favorito. Temiendo que l o s principi os de la f e cristiana, que el padre se había esforzado por inculcar en la mente de su hijo, fueran rudamente atacados, pero también confiando en la efi cacia de esa pal abra que es viva y poderosa, le compró, sin que el hijo supi era, un el egante volu men de l a Bi blia, y la colocó en el fondo del baúl.
El joven comenz ó su carrera uni versitaria. Las bases de una piadosa educa ción pr onto fueron so cavadas, y el j o ven pasó de la e spe cul ac ión a las dudas, y de las dudas pasó a n egar la r ealidad de l a reli gión. Después de convertirse, en su propia estimaci ón, en más sabi o que su padre, descubrió un día con gran sorpresa e indign ación, mientras escarbaba en s u baúl, el depósito sagrado. Lo sac ó y mientras deliberaba acerca de qué haría con el libro, determinó que lo usar ía como papel de desecho con el que limpiaría su rastrillo al afeitar se. De acuer d o con esto, cada vez que iba a rasurarse, arrancaba un a página o dos del santo libro, y las usaba hasta que casi medi o li br o y a había si do destruid o. Per o mi entras ll evaba a cabo este ultraje en contra del sagrado libro, se fijaba en algún texto de vez en cuan do, que penet r aba como la ag uda pun t a de un a flecha en su coraz ó n. Al cabo de un tiempo, escuch ó un sermón, que l e r evel ó su propio carácter, y cómo se enco ntra ba baj o l a ira de Dios, y s e grabó en s u mente la imp r esió n qu e él hab í a recib ido de l a última pági na arran cada al ben d it o aunq ue insul t ado vol u men. S i hubi era tenido mun d os a su dis p osici ó n, los h abría da do todos gustosamente, si eso le hubi era servido para desh acer lo que había hecho. Fin almente encontró el perdón a los pies de la cruz. Las hojas que había arrancado al vol u men sagrado trajeron salvación a su alma; pues esas h o jas lo h abían gu iado a descan sar en l a miseri cordi a de Di os, que es suficiente para el primero de l o s pec adore s.”
Les digo que n o hay un réprobo caminan do por l as calles y contaminando el aire con sus blasfemias, no hay ninguna criatura tan depravada como para estar muy cerca de ser tan mala como el propi o Satanás, si es hijo d e vid a , qu e no pu ed a ser alcanzado por la miseric ordia. Y s i Di os dice: “Hoy e s n e ce s a r i o que pose yo en tu casa,” entonces ciertamente l o hará. ¿Escuchas tú, querido lector, justo en este momen t o, algo en t u mente que parece decirte que te has resi stido al Evangeli o durant e mucho tiempo, pero que hoy ya no pued es resistirte más? Sé que si entes que una mano muy fuerte se ha aferrado a ti, y oyes una voz que di ce: “¡Pecador, es necesario qu e pose yo en tu casa; a men u do me has despreciado, a menudo te has reído de mí, a menudo has escupido al rost r o de miser icordi a, ha men u do has bla sfem ado mi Nombre, per o pe cador, debo posar en tu casa; ay er dist e un portazo en la cara del misionero y quemast e el libr o que te dio, te reíste del ministro, has maldeci do l a casa de Dios, has pr ofanado el día domin go; pero, pecador, Yo debo posar en tu casa, y lo haré!” “¡Cómo, Señor!” Respondes “¡ Posar en mi casa! Pero si está toda cubierta de iniquidad. ¡Posar en mi casa! Per o si n o h ay ni un a silla ni una mesa que no griten en mi contra. ¡Posar en mi casa! Pero si las vi gas y las columnas y el piso se levant arían y te dirían que no soy dign o de besar la or la de Tu vesti do. ¡Cómo, Señor! ¡ P osar en mi casa!” “Sí,” dice Él, debo h a cerlo ; hay un a n ecesi dad muy poderosa; mi poderoso amor me constriñ e , y ya sea que qui eras dej a rme entrar o n o , estoy decidido a hacer que quieras, y tú me dejarás entrar.”
¿No te s o rpren d e esto, pobre pe cador tembloroso; tú, que pensabas que el día de l a misericordia ya había pasado, y que l a cam pan a de l a destrucción ya h abía tañ ido en los fu nerales de tu muerte? ¡Oh!, ¿no te sorprend e esto, que Cristo no sólo te está pidi endo que vengas a É l, sin o que Él mismo se ha invi tado a tu me sa, y más aú n, cuand o tú qu isieras rechazar lo, amablemente dice: “Es necesari o , tengo que entr ar.” Piensa solamente en Cri s to, ca minando t r as un pecador, claman do tras él, rogán dol e al pecador que l e permita sal varl o ; y eso es exactamente lo que hace Jesús con sus elegi d os. El pecador h u ye de É l, pero la gracia inmerecida l o persigue dicien do: “Pecador, ven a Cristo;” y si nuestro s coraz o nes están cerrados, Cristo pon e Su mano en la puerta, y si no lo recibimos sino que l o rechazamos co n fri aldad, É l dice: “Es necesario, debo entrar;” Él llora sobre nosotros hast a que S u s lágri mas n o s ganan; Él clama tras nosotros hasta que Su voz prevalece; y finalment e en la hora que Él ha determinado, entra en nuestro corazón, y allí mora. “Es necesario que pose yo en tu casa,” dijo Jesús.
8. Y ah ora, por último, este llamamient o fue un o e f i c a z , pues vemos los frutos que pr oduj o. La puerta de Zaqueo fue abierta; su mesa fue servida; su coraz ó n era generoso; sus ma n o s fueron l avadas; su con c i enci a fue ali v i ada; su alma est aba g o zosa “He aquí, Señor,” dice él, “la mitad de mis bien es doy a los pobr es; porque me at revo a decir que la mitad de lo que teng o se l o h e robado a los pobres, y ahora lo devuel vo.” “Y si en algo he defraudado a algun o , lo devuel vo c u a d r upli ca d o.” Y Zaq ue o de despoja de otra parte de sus bienes.
¡A h! Zaqu eo , tú te irás a la cama esta n o che siendo muchísimo más pobre de cómo te levantaste est a ma ñana (per o también infinitamente más rico) pobre, muy pobre, en bienes de este mundo, comparado a lo que tení as cuan do te subiste a ese sicómoro; per o más rico (infinitamente más rico) en tesoros celestiales. Pecador, en esto habremos si Dios te llama: si Él llama, será un llamamiento eficaz; no un llamamiento que t ú escuchas y que lueg o ol vidas. Sino que es un llamamient o que pr oduce buenas obras. Si Dios te ha llamado hoy, caerá al suel o tu copa de borracho, y se elevarán tus oraci on es; si Di os te ha llamado el día de hoy, t o d a s las cortinas de tu ti enda est arán c o rridas, y pon drás un letrero qu e dice: “E sta casa está cerrada l o s doming os, y nunca vol verá a estar abierta en día doming o.” Mañana habr á tales o cuales diversi ones mun d anas, p e r o s i D io s t e ha llama do , n o ir ás . Y si has robado a alg u ien (y ¿ quién sabe si no hay un ladr ón entre mis lect or es?) si Dios te ll ama, restituirás lo robado; lo abandonarás todo para poder seguir a Di os c o n tod o t u c o razón.
No creemos que un hombre se h aya convertido a menos que renu ncie a los errores de sus caminos; a menos que, de manera pr áctica, llegue al con o cimi ento que el propi o Cristo es Se ñ o r d e s u c o ncien c i a y que Su ley es su delicia. “Zaqueo, date pr isa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. ” Y Zaqueo descen di ó a pri sa y lo recibi ó lleno de gozo. “E ntonces Zaq ue o, pu esto en pie, di jo al Señor: He aquí, Se ñor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en alg o he defraudado a alg u no, se lo devuelvo cuadr upli cado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él tamb i én es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Ahora, una o dos lecci ones. Un a lecc i ó n p a r a el orgullo s o . ¡Descien dan, coraz o nes org u llosos, desciendan! La mi sericordia corre en los valles, pero no sube a l o s picos de los mont añas. ¡D escien dan, desciendan, espíritus altivos! “Porque derri bó a l o s qu e moraban en lugar sublime; humilló a la ciudad exalt ada, la h u mill ó hasta la tierra, la derribó hasta el pol vo.” Y lueg o la con struye otr a vez. Además, u n a l e cc i ó n p a r a ti , pob r e a l m a de s e s pe r a d a : me d a gusto verte en la casa de Dios el día de h o y; es una buena señal. No me importa par a qu é vi niste. Oíste que hay un t ipo extraño que predica aquí, t a l vez. No te p reocu p es p o r es o . T ú ere s ta n e x traño como él. E s necesario que haya hombres extraños para que puedan reunir a otros hombres extraños.
Ahora, y o tengo una mu chedum bre de personas congregadas aquí ; y si me permiten usar una figura de lenguaj e , yo podría compararlos a un gran montón de cenizas entremezcladas con limaduras de acero. Pero si mi sermón tiene el apoy o de l a gracia di vina, ser virá como un tipo de imán: n o atraer á a las cenizas; ellas s e q u e d ará n d o n d e están ; p er o ten drá la capacidad de atraer a las lim adur as de acero. T engo allí a un Zaqueo; all á arriba está una María, y a un Ju an allá abaj o, a S a ra, o a Gui llermo, o a Tomás. Allí están (los elegidos de Dios) las limaduras de acer o en medi o de la c o ngregac ión de c enizas, y mi Evangelio, e l Evange lio de l Dios ben d ito, como un g r andioso imán, los extrae de las cenizas. Al lí vienen, allí vienen. ¿Por qué? Por que existió un poder magnético entre el Evangeli o y sus corazon es.
¡Ah!, pobre pecador, ven a Jesús, cr ee en Su amor , confía en Su misericordia. Si tú tienes el deseo de veni r, si te estás abriendo paso ent r e las cenizas para ir a Cristo, entonces es porque Cristo te está llamando.
¡Oh!, todos ustedes que se recono cen pecadores, ya sea hombre, mujer, o niño, sí, uste des , peq u eñ itos (porqu e Di os me ha da do a much os de ustedes para que sean mi recompen sa) ¿se sienten ustedes pecadores? Entonces crean en Jesús y serán salvos. Tú has venido aquí por pura curiosidad, much os de ustedes. ¡Oh! que uste d es sea n enc o ntra do s y salva dos. Me preocupo por ustedes para qu e n o se h u n d an en el fuego del infierno. ¡Oh!, escuchen a Cristo mien tras Él les h abla. Cristo dice, “ de s c i e n de ,” el día de hoy. Vayan a casa y humíllen se ante el rostro de Dios: vayan y confiesen sus iniquidades con las que han peca do contra Él; vayan a casa y dí ganle a Él que están en la miseria y en la ruina sin Su gracia soberana; y lueg o mírenlo a Él, pues tengan la certeza que Él los miró primero a ustedes.
Tú puedes decir “¡Oh, señor! Yo quie ro verdader amente ser salvo, pero me temo que Él no qui ere salvar me.” ¡Alto ahí! ¡Alto ahí! ¡Ya basta! ¿Sabes que eso es casi un a bl asfemi a? Casi. Si no fueras un ignorante, yo te diría que es un a bl asfemia par c ial. No puedes mirar a Cristo antes de que Él te haya mi rado a ti . Si quieres ser salva do , e s p o rq u e É l p u s o e n ti ese deseo. Cree en el Se ñor Jesucristo, y recibe el bautismo y t ú serás salvo. Confío que el Espíritu Santo te está llamando. Joven que estás allá, tú también que est ás junt o a la ventana, ¡date prisa! ¡Desciende! Ancian o que est ás sentado en esta banca, desciende. Comerciant e que estás en aquel pasillo, date prisa. Dama y jovencita que no conocen a Cristo, oh, que Él las mire a ustedes. Abuela anci ana, escucha est e llamamient o de gracia inmerecida; y tú , jovencito, Cristo puede estar mirándote a ti (con fío que es así) y que te e stá di cie ndo: “Da t e prisa, de sciende, porque h o y es necesari o que pose yo en tu casa.”